Quizá ya sabes un poquito (o mucho) sobre mí si me sigues en Instagram, pero si acabas de llegar aquí te explico cómo descubrí que tengo histaminosis y otras cosillas.
Aunque llegué a mi diagnóstico de histaminosis en mayo de 2018, con casi 27 años, he estado toda la vida con infinitos problemas gastrointestinales, de piel, de espalda y respiratorios, entre otros, que poco a poco iban empeorando.
Mi madre me cuenta que ya de bebé tuvo que cambiarme de leche más de 10 veces hasta que dio con una que mi cuerpo no rechazaba. Vaya, que las diarreas me han acompañado desde que nací. También me contaba mi abuela lo irritado, en carne viva, que tenía siempre ‘el culete’, como ella dice, por no hablar de la barriga bien redondita aunque siempre tuve bajo peso.
Mi relación con la comida fue muy tormentosa. Era la típica niña que nunca quería comer, que odiaba el comedor del colegio y que prefería hacer cualquier cosa antes que sentarme a la mesa. Recuerdo que me encantaba el chocolate, pero a menudo me daba unos dolores de barriga terribles, con sus consecuencias…
Fui varias veces al médico por estos problemas gastrointestinales, muy duraderos, pero el diagnóstico siempre era: gastroenteritis + tratamiento con antibióticos (adiós, microbiota, adiós). Incluso llegué a perderme las mejores colonias del colegio (¡con piscina!), después de un año esperando, porque no podía salir del wc.
También tuve una época entre los 9 y 10 años en la que no quería comer absolutamente nada porque todo, todo lo que comía me sentaba mal y lo pasaba fatal. Ya entonces, tampoco nadie me entendía.
No sé si por el cambio hormonal (que también tiene mucho que ver en las patologías intestinales), pero tuve unos pocos años bastante buenos. Empezó a gustarme la comida y los momentos relacionados, me volví una cocinitas y comencé a ir a restaurantes por placer.
Hasta que llegó la universidad. Durante los 4 años de carrera (estudié Periodismo) no solo iba a clase de 8 a 15h, después iba a trabajar por la tarde y también el fin de semana. Volvieron las diarreas diarias, la dermatitis atópica se agravó, empecé a retener más líquidos… Pero, claro, sí que es verdad que estaba pasando mucho estrés y nervios.
Lo peor llegó en los 2-3 años antes del diagnóstico. Acabé la carrera e inmediatamente me fui a vivir y a trabajar a Bruselas como periodista, donde estuve dos años. El trabajo en torno a las instituciones europeas era muy estresante y, aunque comía bien, trabajaba tantas horas y a un ritmo tan rápido que todo empezó a empeorar: vivía con herpes, diarreas, retención de líquidos, y empecé a tener problemas de vista y una enorme caída de pelo.
En 2017 ya no podía más, ni física ni mentalmente. Necesitaba encontrar una explicación a todos mis problemas. Acabé yendo a médicos de todas las disciplinas porque tenía todo tipo de síntomas y desajustes: ginecólogo, dermatólogo, endocrino, traumatólogo, oftalmólogo, digestólogo… Me encontraban y trataban temas por separado, pero yo intuía que había un vínculo.
Fue cuando empecé a sospechar del gluten, porque tenía síntomas muy muy iguales a una persona con celiaquía (tengo varios amigos diagnosticados, algunos desde los 3 años), y de los lácteos. Asistí a una charla sobre gluten y allí, por primera vez, leí la definición y los síntomas de histaminosis. No me lo podía creer, ¡era yo!
Aquí empezó mi aventura… Meses después empezó la odisea para encontrar el origen de mi histaminosis (déficit de DAO, problemas de hígado (sulfatación / metilación), bacterias proteolíticas aumentadas, un parásito intestinal (giardia lamblia) y, posiblemente, virus latentes) y, aquí estoy, compartiendo día a día mis avances y descubrimientos tratándome con el equipo de Xevi Verdaguer.
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